Monturas de espadas cortas wakizashi, como ejemplo de grandilocuencia y
suntuosidad.
En esta ocasión el objetivo de este escrito, es acercar mis impresiones a un tema que siempre me ha fascinado por diferentes y variopintos motivos. Las monturas de espadas cortas wakizashi, como ejemplos de excelencia, estatus y preponderancia de aquellos que las poseían, de lo que como es evidente, se puede deducir que me limito a señalar a ese reducido conjunto de monturas que aúnan máximas cotas de excepcionalidad, riqueza material y belleza artística que comprenden este selecto “club”.
Entre algunos de esos motivos que me han atraído a ello, podría señalar esa inmerecida imagen de segundón que siempre parece atribuirse al wakizashi, como si fuera el pequeño hermano feo que siempre queda tapado por la belleza y altura del hermano mayor, la katana. Pero como sucede en la vida real, en innumerables ocasiones estos pequeños relegados a un papel secundario cual “patitos feos”, eclosionan de un modo tan explosivo y deslumbrante que no tienen parangón.
Es preciso recordar y aunque no es este un escrito destinado a hablar sobre la historia y evolución del wakizashi, que esta espada corta era la única de la que un samurai nunca se desprendía, pues en los interiores de las casas, desde las más humildes hasta el mismo castillo del shogun, la katana, espada larga, siempre debía dejarse en la entrada como muestra de respeto y no hostilidad hacia el anfitrión y por ende, el wakizashi se convertía de facto en el único arma garante de la integridad vital de su portador tornándose en ese punto en un objeto cuasi sacralizado para su dueño, que llegado el caso de verse inmerso en una situación crítica, tan sólo dependería de su habilidad y la propia calidad de esta pequeña espada para salvaguardar su vida y su alma.
Cuando hablamos del koshirae es conveniente tener claro que por koshirae se entiende al conjunto de piezas que conforman toda la guarnición de la montura, que por decirlo de algún modo “visten” la hoja, pero que a su vez esta conformado por un múltiple y complejo conjunto de distintas piezas, que ahora no desgranaré pues no corresponde a este propósito, cada una con su nombre y utilidad específica, y que en su manufactura pueden llegar a tener un altísimo grado de especialización considerado un arte completamente independiente de todo el conjunto.
También me gustaría puntualizar que al referirme aquí tan sólo a las monturas de wakizashi de especial valor y belleza, esto no es significativo de que la historia y evolución de las monturas de las espadas cortas se produjese ajena al de las largas y por derroteros dispares, pues la realidad es que estos desarrollos siguen un camino paralelo a pesar de que puedan existir particularidades concretas siguiendo las mismas premisas, gustos, corrientes y modas tanto en los ejemplos más refinados y suntuosos como en aquellos más adustos y sencillos.
Desde periodos muy tempranos la importancia de las monturas de una espada han tenido un papel capital como instrumento útil con el que proyectar la importancia y papel que jugaba en el escalafón social su portador. Esto es algo que ya podía verse en las piezas del periodo Kofun y sus estéticas chinas desde los siglos III, IV y V, pasando por los del periodo Yamato y Nara de los siglos VI y VII, y por supuesto en los brillantes ejemplares que se desarrollan en el paradigmático referente de pompa protocolaria y refinamiento en torno a la corte imperial que supone la era Heian desde el año 794 al 1185.
Tras las beligerantes épocas que suponen el periodo Kamakura, Nanbokucho y gran parte de Muromachi, con ejemplos de todo tipo de tipologías en las que conviven diseños de gran ostentación con otros mucho más espartanos acordes al espíritu de los samurai guerreros y las exigencias rudas de la guerra, comienzan a desarrollarse en Muromachi ejemplos de una especial belleza y consideración que se proyectarían en Momoyama para acabar explotando en Edo como absolutas muestras de lujo y poder que convertirían a sus dueños en el pináculo de la elegancia, llegando incluso a generarse una corriente de inmenso elitismo considerada como “dandismo”, dentro de la cual se moverían en una suerte de baile social, grandes señores y samurai de alto rango e incluso la acaudalada burguesía, pujando por ver quien era capaz de lucir las piezas más bellas, caras, pomposas y rimbombantes, tal vez una forma de mostrar poder y “hacer la guerra”, en un periodo en el que no había guerras y la lucha armada era férreamente controlada.
Habiendo realizado esta brevísima puesta en antecedentes y dejando clara la premisa de la inexistencia de una evolución tipológica propia de las monturas de espadas cortas con respecto a la de las largas, sino de la coexistencia y desarrollo en paralelo, sí quiero centrarme en esos aspectos particulares tanto en lo referente a lo material, técnico y simbólico, que determinadas monturas de especial calidad, belleza y riqueza material concentran.
Y es que como he adelantado desde tiempos remotos, la existencia de una preocupación por vestir atuendos distintivos en los diferentes emplazamientos, fue una palpable realidad y por tanto la codificación protocolaria de la idoneidad indumentaria seguía unos criterios que fijaban las características que marcaban cómo debía ser desde la ropa hasta el peinado, pasando por supuesto por los complementos que obviamente en el caso de los samurai, también eran las espadas.
Esta dinámica codificadora de una norma de atuendo, se mantuvo durante el paso de las centurias y de cada periodo, ciñéndose en mayor o menor medida a unos criterios más o menos ostentosos o sobrios en función de las tendencias imperantes o del mayor o menor influjo cortesano o por contra de la casta samurái, pero en cualquier caso existente y desde luego con inmensas variantes de calidad, riqueza ornamental o rimbombancia en función de la dignidad y poder adquisitivo de la personalidad que las portase o del colectivo al que perteneciese.
Ya en el periodo Edo, en pleno comienzo del siglo XVII y con la llegada de la relativa paz al país, en gran medida facilitada por el férreo control gubernamental de absolutamente todo, esta regulación del protocolo social y especialmente del armamentístico, sería tan estrecha que sobre el papel, nada quedaría sujeto al libre albedrío y las observaciones serían tan estrechas que hasta algo como un color concreto podía quedar limitado en su uso en determinados entornos y situaciones.
Cuando digo sobre el papel es porque a pesar de esta norma establecida, a priori tan tajante, la realidad es que no siempre se respetaba y había cierta indulgencia y flexibilidad y paradójicamente, aunque hubo incluso un momento de una vigilancia tan estrecha que se controlaba el exceso del lujo prohibiéndose si se excedían unos límites convenidos, curiosamente en este mismo periodo Edo es el punto en el cual innumerables manifestaciones artísticas alcanzan su máximo apogeo, la sublimación estética, artística y por supuesto de suntuosidad y riqueza material fruto de la gran demanda de acaudalados señores daimyô y de una emergente y pujante burguesía rápidamente enriquecida en el sector comercial.
Tal vez este sea el punto de mayor interés para este texto y las impresiones que quiero transmitir, pues es el momento en el cual pueden identificarse una gran mayoría de los diseños y piezas y desde luego del dominio técnico y material de estas monturas que se crean como reflejo de una maestría productora y cuya función principal es la de mostrarse y ser admiradas como obras de arte, que aunque funcionales, priman en su consideración de culto artístico pudiendo considerar su existencia como el deleite que produce el concepto de el Arte por el Arte.
En este contexto dual y de delicado equilibrio entre las regulaciones del bakufu y los modismos, es en el que se desarrollarían las rivalidades entre clanes manifestadas en una suerte de guerra fría que se dirimía por la muestra de músculo en forma de derroche y ostentación, algo que quedó sobradamente reflejado en las grandes peregrinaciones que suponía el desplazamiento anual del sankin kotai o incluso entre las pujas de los samurai nobles de clase con esa burguesía que sin serlo, en muchas ocasiones rebasaba con creces en fortuna a estos, y es donde encontramos algunos de los más sublimes ejemplos de estas monturas koshirae y concretamente de los wakizashi koshirae.
Hablamos de monturas que destacan por una riqueza material y ornamental sobresaliente, técnicamente se encuentran en la cúspide, aglutinando en el conjunto de su composición, los más cotizados y demandados métodos productivos que sólo los más grandes maestros y artistas pueden llegar a desarrollar, incluyendo como es lógico piezas de las más distintivas escuelas y maestros de cada momento y algunos exotismos y rarezas que marcan un factor diferencial con respecto a las demás producciones.
Como se puede adivinar y como es una constante en la historia en casi cada uno de los rincones del mundo, el oro y la plata son esenciales en la consideración de un objeto como pieza de lujo y en este caso no es una excepción, la utilización de estos metales nobles tanto en solitario o en forma de aleacione en las partes metálicas de estas monturas es reflejo de ello. Pero ademas, una larga lista de materiales intrínsecamente ligados a la consideración del lujo, confluirán en estos conjuntos, seda, madre perla de nácar, laca japonesa urushi, piel de raya y otras pieles y materiales de origen animal de gran consideración y valía. A este factor material, se debe añadir el factor cualitativo de la técnica perfectamente ejecutada derivada del arduo aprendizaje durante años de maestro a alumno en los diferentes procesos productivos específicos, es decir, la conocida especialización que como única y lógica consecuencia deriva en maestría.
Así pues, tenemos sublimes ejemplos del trabajo del metal sólo al alcance propios de un orfebre, con filigranas y alardes decorativos con los metales nobles de excelsos resultados estéticos y artísticos, creaciones en madre perla, el llamado raden, que generan trabajos de absoluta ensoñación y de una minuciosidad que destilan las más grandes de las habilidades posibles en la colocación de cada una de las pequeñas piezas de nácar, seleccionadas, pulidas, limadas y adaptadas en forma y tamaño al total del conjunto, como si se tratase de tesela de un mosaico delicadamente tratada por un maestro musivara. O la belleza de la técnica decorativa del maki-e, con la aplicación del fino polvo de oro, plata y otros metales sobre la laca urushi, generando patrones y motivos decorativos de incomparable belleza y provocadores de las más sugerentes sensaciones.
Además, de todos estos componentes que por sí mismos ya son lo suficientemente significativos de la excepcionalidad, riqueza y consideración de las monturas que los conjugan, existe un elemento más que sería fundamental a la hora de determinar la importancia que trasciende más allá de lo meramente material, la moda, que sería ese punto metafísico que marca el factor diferencial y que se encuentra en los pequeños
detalles.
Este caldo de cultivo, tanto en lo referente a los antecedentes históricos, la evolución del uso de las espadas y sus monturas en función del contexto social y la sublimación en el control material y técnico, es donde se originan modelos como el denominado denchu sashi koshirae, una tipología que aunque como se ha detallado anteriormente se desarrolla en paralelo tanto en espadas largas como cortas, adquiere preponderancia en los wakizashi, y de verse en espadas largas, generalmente suele ser en combinación con la corta conformando un conjunto de daishô.
Esta tipología de koshirae destaca por reunir todas y cada una de la exclusividades que se han ido comentando, excepcional y maravillosa riqueza material, alarde técnico de la máxima consideración en cada una de las técnicas en él ejecutadas, rareza diferencial en algunos aspectos difícilmente visibles en otras tipologías y la exclusividad de su uso en un entorno específico de elevadísima importancia, tal era el castillo de los shogunes en la capital Edo o incluso en el entorno de la corte imperial. Porque esta era la concepción bajo la que se producían estas monturas, tomando incluso su nombre de esta particular condición de limitación de uso a un entorno tan exclusivo, significando literalmente su nomenclatura, denchûsashi, “usado en palacio”.
Su uso fue extremadamente elitista, se puso de moda entre algunos de los más acaudalados daimyô del periodo y fue muy representativo de ese anteriormente mencionado dandismo por el que competían para ver quien ostentaba el mayor de los gustos y poderío económico reflejado a través del lujo, a la par que suponía un ejemplo de extrema consideración en estos entornos que exigían máxima respetabilidad tal eran el castillo de la capital donde se encontraba el gobernante del país o el entorno de la corte imperial.
Su morfología era fácilmente identificable, pues en la zona final de la saya, el kojiri, presentaba un remate en angulo con un ligero ensanchamiento denchûkojiri u omeshikojiri, a lo que además siempre se le añadía la ya consabida y repetida varias veces riqueza material sólo al alcance de los más potentados. Al margen de este modismo exclusivo de esta tipología concreta de elevada significación, son muchos los ejemplos de estas monturas que a pesar de no presentar este remate anguloso, la acumulación de las ricas técnicas y materiales mencionados, igualmente son perfecta muestra y reflejo de este elenco de piezas dentro de esta corriente de suma exclusividad que rodea a estos grandes señores y samurai de máximo rango y estatus.
Daishô koshirae con denchu kojiri. Wakizashi denchukoshirae con denchûkojiri.
Por todo lo expuesto, concluyo reafirmando la premisa con la que comenzaba, mi fascinación por estas monturas como bastiones de excelencia y riqueza artística dentro del campo de estudio de la espada japonesa, que el pequeño formato no es sinónimo de pequeña importancia, y que la sombra de un wakizashi puede ser tan alargada, como para eclipsar a la de cualquier katana.